Por: Óscar Ugarteche. Economista
INVESTIGADOR TITULAR DEL INSTITUTO DE INVESTIGACIONES ECONÓMICAS DE LA UNAM
http://www.elcomercio.com.pe/impresa/notas/economia-cultura_1/20090801/321714
Entre los cambios más significativos que llegaron con la globalización y la estandarización de los productos está la reafirmación identitaria. Esto ha llevado a un auge, por ejemplo, de la comida étnica, de un cine variopinto, de música del mundo, de arte y literatura, entre otros. Esto, desde el punto de vista del que genera cultura, implica organización, apoyo, financiamiento y encadenamiento tal como se hace en las cadenas productivas industriales. La Unesco, por ejemplo, apoya la visibilidad de ciudades y regiones del mundo que considera patrimonio de la humanidad. Eso debe llevar al Estado que acoge ese patrimonio a poner especial énfasis en la mejora de dicha ciudad o zona y su cuidado, y que las empresas de turismo faciliten la visita a esos lugares, lo que requiere de hotelería, restauración y museos. Ver una ciudad patrimonial es ver una parte de la historia. Sin los museos eso no está completo.
El tema de la identidad en la globalización pasa por el arte en todas sus expresiones, lo que explica el auge monumental de festivales de arte, literatura, teatro y cine en la última década y media, y la internacionalización de la comida. El arte es una forma de transmitir identidad.
La manera de promoverlo ha sido con estados que mediante sus ministerios de cultura han invertido capital semilla en cine, escuelas de arte e industrias editoriales con suficiente éxito, que han logrado desarrollar industrias que mueven millones de dólares. La confluencia de Estado y mercado ha sido consustancial a ese logro porque no todo lo bueno vende y al inicio el creador/productor debe de tener apoyo. Vende lo atractivo. Un éxito de taquilla no es equivalente a una buena película, ni un “best seller” a una buena novela. Esa línea fina donde el mercado determina lo que se hace puede separar a creadores de fabricantes y dificultar el surgimiento de buenos creadores.
Los peruanos históricamente creen que la cultura y el conocimiento pertenecen a las élites, y por lo tanto no merecen salarios dignos ni apoyo público. A fines del siglo XIX, cuando menos del 10% de la población masculina podía votar en las elecciones, se comprende que era una sociedad de castas y que la casta más alta podía ocuparse de estas cosas porque tenía una hacienda para hacerlo.
A inicios del siglo XXI cuando el mundo se abrió, en el Perú las mujeres tuvieron derecho de voto desde 1956 y recién desde 1979 todos los ciudadanos de la costa, sierra y selva.
Es posible que lo reciente de la franquicia política explique la visión decimonónica que pervive y que separa al Perú de los países modernos. La marca identitaria de un país se construye mediante sus creadores. En términos económicos, el ciudadano y el visitante se ocupan del producto de esa creación entre comida y comida, en lo que leen, miran, conocen, escuchan y, finalmente, piensan. Ni la generación ni el consumo de cultura son de élites, son de los ciudadanos.
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