No basta aprovechar campañas publicitarias ajenas para hacer de la cultura un factor de desarrollo. Se necesita formular políticas públicas.
Por Santiago Alfaro Rotondo
En coordinación con el Instituto Nacional de Cultura (INC), la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo (Aecid) viene promoviendo con generosidad la campaña “La cultura no es un lujo”. Su objetivo es difundir una noción amplia de cultura y sensibilizar a la sociedad peruana sobre la importancia que esta tiene para la generación de puestos de trabajo y lucha contra la exclusión social. Las piezas publicitarias de la campaña, desarrolladas por la agencia Quórum, han buscado viabilizar el mensaje quebrando las dicotomías entre la cultura ilustrada y popular al representar expresiones artísticas como el huaylarsh y el ballet fuera de sus clásicos contextos. En una época marcada por la expansión del mercado interno, la movilidad social, el desarrollo de tecnologías digitales y la circulación global de bienes y servicios culturales, las piezas no solo resultan ociosas sino también inocentes. Como sucede en otras partes del mundo, la producción, la distribución y el consumo cultural de los peruanos trasciende las oposiciones convencionales que distinguen rígidamente lo tradicional de lo moderno, lo rural de lo urbano, lo culto de lo popular y lo popular de lo masivo.
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