El tratamiento de la información como una mercancía y no un bien público es el trasfondo del culebrón mediático del año
Santiago Alfaro Rotondo
La “abenciamanía” es un virus mediático arrollador. Portadas de diarios formales y populares, titulares de programas televisivos de la política y el espectáculo, cadenas radiales de música y opinión, blogs íntimos y reflexivos, todo medio de comunicación existente ha sido contagiado.
La explicación de tamaño despliegue de recursos económicos y humanos para cubrir los avatares del asesinato de la cantante Alicia Delgado y el proceso judicial que desató, viene motivando múltiples hipótesis. Para algunos es parte de un complot del gobierno para desviar la atención de la ciudadanía y esconder su corrupción e incompetencia. Otros se centran en la creciente demanda por este tipo de noticias: un cóctel explosivo en el que el crimen pasional, las estrellas musicales y el lesbianismo se aparean. Finalmente, una tercera hipótesis resalta la paulatina inserción de muchos personajes de arraigo popular en la opinión pública nacional.
Los tres argumentos son válidos. En el primer caso, por la calculada y rápida intervención de la Policía en medio de la frustrada censura del gabinete y la polémica excarcelación de Rómulo León. En el segundo, debido al hecho de que el acontecimiento combine los temas de mayor interés en la sociedad contemporánea: el policial, la vida de los famosos y la subversión de normas morales. Y en el tercero porque actualmente vivimos un proceso de movilidad social y expansión del mercado interno que viene impulsando el interés empresarial en el estilo de vida de poblaciones históricamente discriminadas, ahora percibidas como atractivos consumidores.
Más allá de sus particulares dimensiones políticas, culturales y sociales, el fenómeno debería ubicarse también dentro de los itinerarios económicos de la comunicación.
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